miércoles, 17 de noviembre de 2010

La Tierra Prometida

Por Pablo Garber

Masticando la tensión de una caravana apurada, rodeado de puro desierto y cruda realidad, murió Mario Podestá. ¿Fue una llanta, o una mina? ¿Fuego amigo o fuego destino? No se sabe, como en la guerra.

¡Qué paradoja! "Si no voy para allá, me muero", le dijo Mario a su hermana, antes de partir. Y esta vez, a diferencia de todas las demás, se despidió de cada uno de sus familiares, de cada uno de sus amigos. Por alguna razón, esta misión tenía algo especial.

¿Qué podría tener de especial esta guerra para alguien que cubrió tantos otros conflictos? Kosovo, Somalia, Palestina, Ruanda, Chechenia.... Había recorrido el mundo para contarlo del modo más molesto, mostrando en imágenes el drama de niños hambrientos, la soledad de madres desesperadas, el odio por dioses ajenos, la indiferencia infernal. Entrevistó a gigantes y a enanos, a la Madre Teresa, a Nelson Mandela, a Yasser Arafat. Sin ser artista ni loco recibió elogios de Pablo Neruda, de Bioy Casares y de Salvador Dalí.

Hace dos años, poco antes del once de septiembre, Podestá organizó una gran muestra en Buenos Aires, en la que presentó una retrospectiva de su trabajo. El evento involucraba - además de fotos, videos, charlas y discusiones -, recorridos por espacios en los que se recreaba los pasillos de un hospital de guerra, el angosto sendero en medio de un campo minado o el paseo entre fusiles a lo largo de una estrecha calle de Jerusalem. Su objetivo era mostrar que "si hay algunos que tienen tanto es porque a otros les falta todo"

Había una gran imagen de Videla montada sobre el piso, justo en el ingreso a la sala, de manera que uno estaba obligado caminar sobre ella para entrar a esa Tierra Prometida, tal era el nombre de la exposición.

El autor hablaba de una Tierra Prometida en la que somos parias, donde no podemos permitirnos el silencio, ni tomarnos el lujo de quemar lo poco que queda. "Cuando los medios periodísticos trabajan al servicio de "contenidos sin contenido"; cuando la cultura y la información han sido devaluadas al amparo de la globalización (...), una mirada brutal es necesaria y justifica mi existencia", aseguraba.

Tal vez ésta, la Guerra de la Santa Globalización, contenga en sí misma a todas las demás. Tal vez por eso, después de treinta años peleando, este guerrero experimentado se haya permitido temer ante la fuerza de su enemigo. Y sin embargo allá fue: es que si no, se moría.

"Cuando todos se han ido y comienza el después de la noticia, allí sigue Mario con sus cámaras. Siempre estará allí...", dijo alguna vez Jacobo Timerman. Hoy, seguramente lo repetiría, sin cambiar el tiempo verbal.

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